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Nadie los toma de la mano

La confianza en Dios nos hace libres del fracaso, y produce esperanza.

David, en el final de sus días, no pudo decir que vio lo que deseaba en su vida, pero aun así esperaba que el Señor haría lo que le había prometido. El estaba seguro que ese Dios que le había hablado, era la Roca más confiable y estable. David, tenía fe en el Pacto que su Señor había hecho con él. Ese Pacto, esta ordenado, era un plan perfecto, en el que confiaba que, paso a paso, se iría ralizando, aunque el no pudiese todavía verlo. ¡Qué confianza la de David!

«3El Dios de Israel ha dicho, Me habló la Roca de Israel: Habrá un justo que gobierne entre los hombres, Que gobierne en el temor de Dios. 4 Será como la luz de la mañana, Como el resplandor del sol en una mañana sin nubes, Como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra. 5 No es así mi casa para con Dios; Sin embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo, Ordenado en todas las cosas, y será guardado, Aunque todavía no haga él florecer Toda mi salvación y mi deseo. 6 Mas los impíos serán todos ellos como espinos arrancados, Los cuales nadie toma con la mano; 7 Sino que el que quiere tocarlos Se arma de hierro y de asta de lanza, Y son del todo quemados en su lugar» (2 S 23:3-7).

David había tenido que enfrentar a muchos enemigos. No solo a Saúl, su peor enemigo al reino. También, Simei, quien le maldijo en el camino, mientras huía de Absalón, su hijo. Después, tuvo que enfrentar hombres con falta de integridad de carácter como los hijos de Sarvia. Sin embargo, aquí vemos que el los veía como espinos que no debían tomarse con la mano, sino con hierro. Esto nos habla, de que le dejaba ese trabajo a Dios. Que el sabía, que los malos tenían un destino, y era el de ser destruídos.

Si en estos tiempos, ha sentido como que hay quiénes, toman ventaja en medio de las circunstancias acaecidas. No se desanime en lo más mínimo. No toque los cardos espinosos, deje que Dios anivele el terreno, echando al fuego lo que no sirve a su propósito. Ha podido obsevar que mientras usted hace lo bueno, los malos se levantan o usan de privilegios, dejando de lado la misericordia o la piedad. Tal vez, el enemigo se ha levantado para maldecirle, enfermarle o empobrecerle. Como a David, quitarle, arrbatándole el reino. No se preocupe, deje todo en las manos del Señor, que el tiene su brazo suficientemente armado; de hierro y lanza, para defenderle y echar a sus enemigos lejos.

Oremos en este día con confianza en que Dios toma su problema y lo vuelve a bendición.

Con mi amor,

Profeta,

Graciela Meneguzzi.