La Biblia que leemos

Solo si la leemos con la mente de Dios, es que podremos comprender la Palabra.

«43 ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra» (Jn 8:43).

Alguien, al oírme, hace muchos años, me preguntó que biblia usaba. Por supuesto, que tomé el elogio, pero también me guardé la connotación del mismo. Y a pesar, de que ha transcurrido mucho tiempo, todavía le doy mucha importancia a aquello. Porque, no se trata de que biblia usamos, sino con qué mente la leemos. Si tenemos o no, el espíritu de revelación, que nos dá el verdadero significado de la misma. La Palabra del Señor, si bien fue escrita para los hombres, nunca se pensó se leyera con una mente signada por el pecado. Recordemos, que el diseño divino, se echó a perder en el Edén, por el pecado de Adán. Más, Gloria sea a nuestro Señor Jescristo, que por el espíritu de resurrección, hemos retomado ese poder. Y bien digo, el poder, porque caundo fuimos hechos hijos de Dios, volvimos a tener su genética espiritual. Y así, como lo es, en lo natural, podemos comprender mucho más, a nuestros padres, por lo que quieren decir, que por lo que dicen.

«12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Jn 1:12).

La palabra de Dios, nunca puede ser comprendida con un mente no renovada. Bien nos dice el Apóstol, que para el mundo, las Buenas Nuevas anunciadas en ella, son locura y nos las puede entender. Jesús, tuvo que lidiar; y he escogido muy bien la palabra «lidiar»; porque ella significa: Luchar, reñir, enfrentar; incluso podemos ver que con la definición de la misma, se nos da el ejemplo de alguien que hace algo para que el toro lo enbista. Imagínese, el grado de confrontación acerca del mensaje, que el Señor Jesucristo traía, y estaba deseoso de entregarnos. Pero, las mentes, estaban tan encerradas y cautivas a la Ley y a las costumbres terrenales. Que era casi imposible poder atravesar ese pensamiento establecido. Pero vayamos a buscar el remedio para ello, pues de nada serviría que le dijese todo esto, sino le mostrara como asisirse de la bendición de la comprensión. La que, sin duda llega a nosotros, como un vaso de agua fresca, en medio del desierto de nuestras almas.

«17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, 18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos» (Ef 1:17-18).

Quien más entendía la necesidad de la revelación de la palabra que el mismo Apóstol Pablo. Mientras, escribía estas palabras, tal vez, no tenía que hacer mucho esfuerzo para recordar sus días como Saulo. La manera que había perseguido a la Iglesia de Jesucristo, y como había echado a muchos a la cárcel. Pero cuando el espíritu de revelación le alumbró, ese Saulo se transformaría en el instrumento de honra más glorioso. De modo que, cuando leamos la palabra del Señor, pidámosle al Espíritu Santo que nos la revele, pues solo así podremos ser bendecidos y estaremos en la capacidad de bendecir a otros.

«11 Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; 12 pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. 13 Porque ya habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba; 14 y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres» (Gal 1:11-14).

«23 solamente oían decir: Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba. 24 Y glorificaban a Dios en mí» (Gal 1:23-24).

En oración en este día, me uno al deseo santo del Apóstol Pablo, para que reciba ese espíritu de revelación. Que pueda entrar en esa atmósfera espíritual, y pueda entender su Santa Palabra. Y que ésta introduciéndole a lo sobrenatural produzca los frutos que la misma conlleva. Recuerde, Dios le ama, y ha dejado su tesoro encerrado en su voluntad; en su Palabra, si entra en ese lugar reservado, todo le será posible.

Dios le bendiga,

Le amo en Cristo el Señor,

Pastora Graciela Meneguzzi